miércoles, 25 de mayo de 2011

Me preguntan: ¿Somos dignos ejemplos de imitar para hijos e hijas?

"Los niños son educados por lo que hace el grande y no por lo que dice”. (Carl Jung)

Un padre levanta su brazo y pregunta: “¿por qué mi hijo le sigue pegando a su hermanito a pesar de haber utilizado todos y cada uno de los procedimientos que psicólogos, pediatras, curas, monjas y chamanes me indican?”. Este hombre al igual que muchos y muchas tienen una excelente pregunta, que tal vez y solo tal vez, se parezca a la pregunta que usted ya hizo y no fue respondida o a la que nunca se atrevió a hacer.

Cuando miramos a nuestros hijos y a nuestras hijas tenemos ante nuestros ojos un magnífico espejo. Nos recuerda cuando fuimos niños, evocamos nuestro propio color de pelo, esa misma mueca chistosa en los labios, la forma del pie que nadie advierte… mucho más allá de esto, su pequeño mundo está estrechamente relacionado con el nuestro.

Nuestras frustraciones, odios, amores y angustias, son inevitablemente trasmitidos a través de los procesos que diariamente vivimos con hijos e hijas. Cada vez que tu hijo o tu hija, emite conductas que valoras negativamente, realiza actos que te avergüenzan, expresa palabras que te molestan y que en lo más hondo de tu ser desearías cambiar, ahí, justo ahí, esta ante ti tu propia debilidad.

No hay edad, donde los seres humanos aprendamos más de lo que vemos que en los primeros años de vida, el aprendizaje vicario o por observación es para el niño y la niña mucho más eficaz, creíble y real que el aprendizaje verbal: aquel que se trasmite por medio de la oralidad.

Las lecciones de respeto, no se trasmiten contándoles lo importante del respeto, ni el concepto de respeto. La mejor lección de respeto es aquella que se da respetándoles en toda su integridad, incluso con sus diferencias, con sus maneras de hacer y de ver el mundo, con sus necesidades y dificultades particulares, propias de cada ser humano.
Cada vez que explico honestidad y no soy honesto u honesta me convierto para mi hijo o hija en un ser absolutamente incongruente y voy perdiendo el valor de ser imitado.

Por otro lado, el ejemplo es suficiente para fomentar el aprendizaje en hijos e hijas, en tanto usted, debería entonces estar más preocupada o preocupado por lo que está mostrando en sus actitudes, actos, comportamientos y aproximaciones. ¿qué está mostrando usted a su hijo e hija hoy?, no lo que le está diciendo, no lo que le repite a diario como un eco sin sentido como si de tanto repetirlo por fin lo aprendiera, no, eso no. Pregúntese por el hacer y por el ser.
Cómo le dijo la última vez a su hijo: “en esta casa no se grita”, acaso ¿usted lo dijo gritando?, cómo si el grito le diera más valor, cómo si el grito lo hiciera más padre o más madre. Olvidando que el grito en su hijo o hija solo sirve para tres cosas: para hacerlo violento, para dañar su integridad y desarrollo y para enseñarle a que la forma de resolver los problemas es gritando. Incongruente! ¿No es cierto?
Se acuerda usted cuando dijo a su hija: “respete cuando esté hablando, no interrumpa a los adultos”. Ahora pregúntese: ¿Interrumpe usted sus conversaciones, respeta su turno, su palabra es importante y se le da el mismo valor que tiene la del padre, la de la madre y la de cualquier miembro? o ¿solo le exige respeto a su hija sin usted enseñarlo? Incongruente ¿no?

Al padre que les conté, él que levantó valientemente su brazo para preguntar la razón por la que su hijo continuaba pegando a su hermanito, le fue resuelta su duda: su hijo inocentemente solo imitaba la violencia que había aprendido de su padre. El padre descubrió al final, que la forma como su hijo reproducía su aprendizaje violento era golpeado a su hermano pequeño, este a la vez, pateada al perro.
Mire con más frecuencia a sus hijos y se descubrirá a si mimo, antes de corregir las conductas inadecuadas de hijos e hijas piense como usted ha incidido en el desarrollo de estas, implemente sus propios cambios y enseñe con el ejemplo .

lunes, 22 de junio de 2009

La Indiferencia y el Silencio: Motor del Delito.

Un artículo del Milenio on line del 23 de mayo de 2009 empieza diciendo: “apenas tenia dos horas de haber llegado al mundo y un bebe ya conoció lo que es el desprecio”. Esta frase impactó a mis sentidos, la volví a leer y casi no la entendía. ¿Qué lleva a una persona a tirar a un recién nacido a un basurero? Y ¿Qué están haciendo quienes critican este tipo de actos y se asombran leyendo, escuchando o viendo la noticia? No es suficiente criticar, pedir el castigo de Dios, maldecir a quien cometió el delito, no es suficiente llorar, sufrir y en medio de vanidad expresar que no lo haríamos o de que tendríamos la capacidad para actuar distinto. Ese tipo de cosas no evita que se sigan cometiendo asesinatos ni tampoco contribuye en su solución. Es necesario tomar partido: opinar, construir escenarios que erradiquen las peores formas de violencia. El asesinato de un infante es un crimen difícil de describir, es un atentando contra la inocencia, contra la vida, es un golpe moral contra todos y contra todas. Duele hasta en lo más hondo del ser.

Sucede que no es difícil encontrar este tipo de noticias en las que bebes son arrojados vivos a un basurero, ¿en qué hora el mundo empezó ha delirar y alucinar que un bebe es basura o qué un basurero es un lecho de amor y protección? No lo sé, pero parece que este tipo de crímenes tan difícil de nombrar suceden más a menudo de lo que pensé. No sé si llamarlo locura, infamia, vejamen, es difícil definirlo con una palabra. Es más fácil expresar lo que se siente cuando se toma conciencia que en este mismo instante, mientras me tomo unos minutos del día para escribir esto, otros muchos y muchas inocentes mueren, son asesinados por el hambre, por la miseria, por la desnutrición, por la mano de la madre o del padre, por un golpe que fractura si cráneo, por quemaduras que laceran su cuerpo y por la indiferencia y el silencio de los otros. No importa de quien es la mano asesina, pues esta cambia, se camufla y se esconde, no importa si es por omisión o por actuación: no se puede tolerar ninguna forma de violencia. No importa si es la mano del Estado, de una institución o la del padre, el tío, la madre o el abuelo.

El silencio es una forma de perpetuar los actos, las posturas pasivas también lo son. Cada vez que callamos u omitimos estamos haciendo parte del problema que criticamos. Cuantos niños y niñas tendrán que sufrir para tomar medidas que garanticen su protección. ¿Qué estamos haciendo hoy para evitar o prevenir que otro infante se convierta en víctima de un adulto o del sistema que reclama justicia ante los propios delitos que no es capaz de controlar ni evitar?

domingo, 29 de marzo de 2009

DESARROLLO PSICOSOCIAL Y CULTURA: Capitulo 1.

Michael Foucault, llamó a una de sus obras cumbres: “Vigilar y Castigar”; un texto maravilloso para ser leído, releído y contemplado. Para la época en la que escribió este texto y aún para nuestro días, su obra constituye para la humanidad un magnifico sustrato sociológico, psicológico y pedagógico que se aplica a todas las áreas del ser humano. Para mí, desde el tren de los acontecimientos, falta aún un elemento adicional que le aportaría realidad y polémica al relato: La prohibición, esta sentencia tan seductora que invita a transgredir la norma es una constante que se repite en todos los contextos humanos de manera incisiva, casi inadvertida y constituyéndose día a día en una pedagogía cotidiana, una lección que fundamenta el hacer, el ser y el querer.

Fundamenta el hacer en la medida en que los actos se convierten de manera arbitraria y a veces hasta irracional, en buenos y malos, en permitidos y no permitidos, en prohibidos y no prohibidos. Una vez el sujeto aprende estos códigos; a veces imperceptibles otras veces tan sonoros, empieza a hacer parte de las filas de un grupo social especifico, con características propias de su cultura, de su historia, de su contexto; en fin, el sujeto entra a formar parte de un colectivo, aprendiendo, compartiendo y reforzando un sistema de normas, de constructos, significados… El niño pequeño por ejemplo a través del contacto con el mundo (que esta dado por los otros seres humanos), va introduciendo, por medio de procesos cognitivos complejos y estructurados: su lenguaje, las normas, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es castigado. Aprende como vincularse con el medio externo y hasta como es su mundo interior (yo, self, si mismo) el mundo que le rodea representa para él, todo un aprendizaje constante. A medida que va creciendo tanto físicamente, cognitivamente y emocionalmente, va introyectando cada día más conceptos, significados y distintos repertorios de respuesta (respuestas a nivel conductual, emocional y físico); de ahí que cada cultura, cada etnia o grupo social esta unido por una serie de comportamientos, pensamientos, significados y conceptos que los hacen particulares y los diferencias de otros colectivos. En este mundo relleno de símbolos y significados, en este mundo repleto de normas y deberías; en este preciso mundo en el cada uno vive existen unas pautas, unas leyes y normas que rigen a la humanidad. Toda civilización por primitiva o avanzada que sea, se ha sentado sobre las bases de la normatividad, que se ha hecho necesaria y absoluta para el orden y el regimiento de tantas particularidades y diferencias. Estas normas permiten además “mejorar la convivencia” de los miembros que hacen parte de ese grupo, es por tanto una forma de consensuar conceptos y significados. Es clara la relación entre la subjetividad y la objetividad: la normas y leyes por ejemplo son objetivas en la medida en que su naturaleza concensuada permite que el colectivo les de un significado similar, interpretado en un contexto especifico, también son objetivas por que sugieren unas directrices “claras” sobre las cuáles regirse. Así son, subjetivas, no importa que tan objetivas puedan parecer en la medida en que son creadas y re-creadas bajo el marco del sujeto quien las propone, las renueva o las revoca.

La propia naturaleza humana ¿conlleva al establecimiento de límites y prohibiciones? O ¿es todo lo contrario? ¿Es el hombre un ser dado a la reflexión de su concepto? O ¿actúa de manera automática ante un mundo que lo devasta? Estas incógnitas son algunas de las muchas preguntas que aparecen al empezar a escudriñar en un tema que articula tantos otros temas y panoramas así como sus propias dudas y preguntas. Es por eso que hablar o escribir de prohibiciones, de vigilancia o de castigos, es hablar tanto de la propia historia de la humanidad como de la propia historia individual de cada sujeto, desde su gestación hasta su muerte. Estas dos historias se conjugan y se encuentran entre otras cosas, en la verbalización de lo prohibido.

Tanto la historia de la humanidad como la historia de vida de cada ser humano esta cargada de infinitas prohibiciones que a larga orientaran la vida y el peregrinar de cada uno. El niño o la niña nacen a un mundo ajeno y desconocido, al que poco a poco van comprendiendo a través del contacto con el propio mundo. Inmerso en la familia aprenderá que debe y que no debe hacer, que es lo permitido y que no es permitido, aprenderá tempranamente que el mundo es un mundo que reboza de prohibiciones, que son más las cosas prohibidas que las permitidas. De ahí en más, modulara su conducta, parte de su pensamiento y sus decisiones, su libertad siempre estará atada a sus circunstancias, siempre habrá una porción de si mismo que nunca le pertenecerá; todos tenemos una parte en nosotros mismos que siempre será ajena, justo en ese lugar habita lo prohibido. Este lugar que no nos pertenece es de distinto tamaño y proporción en cada sujeto, siempre las prohibiciones estarán presentes en distinta medida.

Cada día que pasa en la vida del infante es para el un día de infinitos aprendizajes, los eventos por simples que puedan parecer al oído del espectador adulto, traen consigo toda una variada gama de posibilidades de aprendizaje. Comprende entonces que la hora de dormir es en la noche, al caer la oscuridad sobre la tierra, cuando empieza el canto del grillo, al salir los animales nocturnos, es a esa hora, a esa justa y precisa hora, donde comienza el “tiempo para dormir”; y es así entre otras razones, por algunas causas que se remontan a los primeros años de existencia del homo-sapiens; para ese tiempo y hasta otros muchos años más la noche tenia significados trascendentales para la supervivencia. La socialización y demás procesos de carácter humano no tendrían lugar a la misma hora en que las bestias y depredadores empezaban a merodear; desde entonces se duerme y se dormirá en la noche. La diferencia es que ahora las criaturas de la noche en la urbe son por mencionar algunas: los gatos, los grillos y uno que otro roedor que haya sobrevivido. Por el contrario, el día, es el tiempo para trabajar, estudiar o hacer cualquier actividad “productiva”, dichas actividades también han sido en muchas ocasiones caprichosamente inventadas y en demasía no son los hombres y mujeres quienes deciden que harán de día con sus vidas, generalmente es una especie de fuerza más allá de lo racional, llamado destino, Dios, suerte, azar, ect. De una u otra forma casi ninguno logra tener mucha libertad sobre que hace en el “tiempo productivo”; parece ser la noche, la hora negra, más benévola con la historia y ha permitido de una u otra forma ciertas contemplaciones, en la medida en que finalmente en esa “hora de ocio” que nos pertenece, podemos decidir que hacer entre algunas posibilidades existentes. En fin, el día y la noche son solo pretextos para exponer como los horarios, las jornadas, y los quehaceres humanos, son estructurados sobre unas normas sociales, las cuales a su vez están planteadas ya de por si sobre prohibiciones.

Continuando con el infante, poco a poco ajusta su reloj biológico y el sueño y la vigilia se va haciendo cada vez más similar al del resto del mundo, esto, mediado por razones de tipo fisiológicas, y psicosociales, entre estas ultimas esta el aprendizaje vicario o por observación, el moldeamiento, la normatividad social y procesos de socialización entre otros. En este mismo sentido sucede con la adquisición del lenguaje y con los hábitos de alimentación... (*Fragmento del primer capitulo)

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